Todos experimentamos momentos de
sacrifico, dolor, renuncias y, por supuesto, ayuno. Porque, ayuna el estudiante
cuando se esfuerza y se prepara unos exámenes; ayuna aquel que se preocupa por
el sufrimiento de que sufre. Ayunas cuando te importan los problemas de los
demás y te esfuerzas en aliviarlos.
Porque, el ayuno no consiste en privarte
de algo que haces o te gusta hoy y mañana vuelves a saciarte. No son prácticas
para un tiempo sin más sentido sino el de la costumbre y la rutina. Nada de
eso, el ayuno es el esfuerzo por convertirte y luchar con el mundo que te
seduce y te tienta.
Ayunó Jesús en el desierto cuando el
diablo trató de seducirle con lo material, le tentó a la jactancia y al poder.
De la misma forma nos ocurre a nosotros, nos dejamos seducir por las
satisfacciones sensoriales y sexuales; nos jactamos de ser los mejores y
perfectos y nos dejamos arrastrar por la ambición del poder.