Hay muchas clases de riquezas. No solo el dinero puede ocupar el centro de nuestro corazón, sino también otras clases de riquezas, tales como los aplausos, la fama, el éxito, la suficiencia, el ser primero y muchas otras. La riqueza que hace daño es la que te lleva a olvidarte de Dios para ponerse ella en su lugar.
Nos ayuda bastante el considerar que nuestro tiempo en este mundo es cuestión de años. Acaba un día y, tarde o temprano, llega. Luego, ¿qué pasará? ¿Para quién o quiénes será todo aquello que, con tanto afán, hemos acumulado?
Será bueno e importante saber que nada de las cosas de este mundo nos llevamos. Y, por el contrario, solo nos llevaremos el amor que hayamos dado. Esa será nuestra medida y lo que tendrá valor ante el Señor. Por tanto, levantemos la mirada y pongamos al Señor en el centro de nuestro corazón.
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