La Resurrección es el centro de nuestra fe, porque, admitida, nuestra fe es innegable. De modo, que muchos que no quieren ver, la niegan. Tal es el caso de los saduceos – de quienes nos habla hoy el Evangelio – que niegan la Resurrección.
En ese contexto le presentan a Jesús un problema de una mujer casada con siete hermanos, por eso de la descendencia. Hasta tal punto llega a nosotros la necedad de pensar que la vida en el otro mundo será parecida o semejante a esta. A tal respecto, Jesús nos contesta:
«Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección.
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