En un mundo donde el éxito y la fama están
apoyados en el poder, dinero, placer, el creyente en Jesús, el Señor, se siente
marginado, desvalorado y hasta ridiculizado. Nuestro Papa, León XIV,
recientemente elegido, nos lo ha descrito claramente en su primera homilía.
Hay momentos, Espíritu Santo, que me siento
decaído, sin ánimo y sin ganas de vivir. Experimento deseos de instalarme, de
pasar de todo y de volver a mi rutina cómoda. Despierta en mí el deseo del amor
primero, de volver a la vida y al compromiso solidario, responsable y
misericordioso.
De ahí la gran importancia que tiene el
sabernos cuidado por el Buen Pastor, nuestro Señor, que sale en nuestra defensa
hasta el extremo de dar su Vida por salvar la nuestra. Desde esa hora – bendita
hora – la cruz, donde el Señor fue crucificado, es el signo de nuestra fe y
esperanza. Y en ella nos sentimos fortalecidos y esperanzados para entregar
también nuestra vida, en la esperanza de resucitar en el Señor.
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