Si te preguntas,
¿qué quieres y a dónde vas?, tu propia respuesta te llevará al encuentro con el
Señor. Porque, no hay nadie en este mundo que pueda responderte a esas
preguntas sino el Señor. Se te fijas bien y meditas, el Evangelio es la
respuesta a tu vida de cada día.
Señor, cada día me
asombro más, y mi perplejidad se hace más grande al gozar de tu Infinita
Misericordia que no merezco. Y por la que soy perdonado de todos mis pecados y,
gracias a ella, puedo gozar de estar a tu lado para darte gloria y alabanza
eterna. Amén.
Si no te engañas, tu
intención y objetivo principal es buscar la felicidad. Una felicidad, que en
principio buscar en el placer y tus propios egoísmos, pero que pronto empiezas
a darte cuenta de que ahí no está. Experimentas entonces que cuando piensas en
el bien del otro y eres capaz de darte, descubres que esa felicidad que
buscabas está escondida en el amor. Amor de darte en servicio y bien del otro.
Entonces descubres que has encontrado al Señor.
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