La libertad determina que el hombre elija el bien o el mal. Es ahí, en esa elección, donde nace la impureza y la inmoralidad de los actos del hombre. Dentro del corazón del hombre hay un volcán que puede, según su pensamiento, expulsar amor, recibido de Dios, o vomitar lava de pecados.
Son esas decisiones, que corresponden al hombre, las que originan la impureza y la inmoralidad de sus actos. Por tanto, consciente de esa realidad y de sus debilidades, el hombre necesita vivir cerca de Dios e injertarse en el Espíritu Santo para purificar sus pensamientos.
Sostenerse en esa buena intención de amar, según la Voluntad de Dios, es confiarse y creer en Él. Es darse cuenta que sólo el Amor de Dios puede conseguir que podamos eludir y purificar nuestros malos deseos y pensamientos y, de esa manera, abrirnos a la Misericordia Infinita de Dios.
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