
Somos bienaventurados cuando vivimos
en la actitud de compartir y darnos a las necesidades de los demás. Somos
bienaventurados cuando nos reconocemos débiles, pecadores y egoístas, incapaces
de olvidarnos de nosotros y darnos a los demás.
Somos bienaventurados cuando, apoyados en el Señor, confiamos en que podemos vencernos y, caminando en la comunidad, soportamos nuestras propias cruces y somos capaces de salir de nuestros propios egoísmos despojándonos de nuestras apetencias y apetitos.
Somos bienaventurados cuando nos esforzamos en crear un mundo más fuerte, más verdadero y compartido. Y cuando hacemos nuestro el dolor y llanto de los excluidos y marginados. Sí, podemos estar tristes con el dolor y sufrimiento, pero, siempre, esperanzados en que al final seremos dichosos y bienaventurados.
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