Se nota cuando haces
las cosas con interés y por lucimiento. Y, es verdad, estamos tentados a actuar
así por propia egolatría. Sin embargo, esa forma de actuar no nos llena
plenamente, hay un amargo vacío que nos deja insatisfecho con la sensación de
aspirar a más.
No he sido creado
para un día morir, sino para un día, acaba mi vida en este mundo, saltar a otro
de vida eterna. Esa es mi la elección a la que debo aspirar y a la que estoy
llamado. Por tanto, abrirnos a la Palabra de Dios es nuestra mejor opción, pues
es Palabra de Vida Eterna. Amén.
Todo lo contrario
cuando nuestras oraciones y obras van dirigidas a hacer el bien sin buscar
lucimiento ni recompensa. Simplemente, la experiencia de hacer algo en bien de
otro, de forma gratuita y fraterna, produce en ti una satisfacción, gozo y
alegría que te llena plenamente y te basta. Y es que el amor te llena de paz y
alegría, y, en consecuencia, te da verdadera felicidad.
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