Nadie escapa de la duda. De ahí la necesidad de la fe. Siempre necesitaremos dar ese salto al vacío para fiarnos de la Palabra de nuestro Señor. No se trata de razonar, la fe sobrepasa nuestra razón. Se trata de creer en lo que no ves ni comprendes.
Señor, mi poca y pobre fe pasa cada día por
seducciones y tentaciones, y se debilita hasta extremos de casi desaparecer, de
quedar sumergida en las preocupaciones y apegos mundanos. Quiero, Señor,
tenerte siempre presente y afrontar contigo esas tentaciones de cada día. No te
pido que me las quites, sino que permanezcas en mí, porque, contigo, Señor, podré
vencerlas.
Porque, ¿tiene algún mérito creer en lo que ves?
¿Acaso, para eso, hubiese hecho falta la Pasión y Muerte del Señor? ¿Y tendría
sentido la creación del mundo, y la libertad del hombre? El reto es fiarte de
la Palabra del Señor. Una Palabra que al escucharla y leerla percibes que es
eterna, que toca tu corazón y que está llena de esperanza y vida eterna. ¿No lo
ves? ¡Está a tu lado!
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