Hay momentos en la vida que no escuchamos lo que nos dicen.
Queremos imponer lo que a nosotros nos parece, y si nos tocan la flauta, no
bailamos; o si nos entonan endechas, no lloramos. Es decir, bailamos y lloramos
a nuestro ritmo sin tener en cuenta los demás.
Eso ocurre con mucha frecuencia y en muchos actos de la vida
de cada día. Opinamos y seguimos nuestra propia intuición. Es verdad que hay
que discernir, pensar y actuar, pero si perdemos de vista al Espíritu Santo nos
quedamos a merced de lo que piensa el mundo, y es ahí donde empiezan los
problemas.
Primero Dios, y
luego, desde Él iremos pidiendo luz para discernir sobre lo demás. Porque, con
la asistencia del Espíritu Santo, que nos acompaña y guía, los problemas no tendrán
nuestra particular solución, sino la que nuestro Padre Dios quiere para cada
uno de sus hijos. Y Él, que nunca se equivoca, nos dará lo mejor, para nuestra
salvación, para cada uno.
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