Esa es la basa que
nos jugamos, permanecer en el Señor. ¿Qué nos dice nuestra experiencia en
nuestro camino por este mundo? Sabemos que nunca llegamos a buen puerto. Sí, quizás
encontramos momento de gozo y relativa felicidad, pero pronto vuelven las
tempestades y peligros.
En y con esa
confianza, Señor, camino, sabiendo de tu presencia, de tu cercanía y de tus
fuerzas para levantarme y sostenerme ante las adversidades, tentaciones e
inclinaciones al pecado.
Solo Jesús, el
Señor, calma las tempestades, serena nuestra alma y nos llena de paz, alegría y
gozo eterno. Y eso lo descubrimos en la medida que nos dejamos guiar por el
Espíritu Santo que hemos recibido en el instante de nuestro bautismo.
Un Espíritu que nos fortalece, ilumina y nos da esa confianza que un hijo siente por su padre. Así, experimentándonos hijos de nuestro Padre Dios, descubrimos la verdadera felicidad y el verdadero gozo eterno al sentirnos sus hijos rescatados del pecado por su Infinita Misericordia.
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