No nos vamos a
salvar por nuestras obras, sino por la Gracia de Dios. Eso no significa que
nuestra fe y esperanza deben apoyarse en nuestras buenas obras, pero nuestra salvación
nunca será por nuestros méritos, sino por la Infinita Bondad y Misericordia de
nuestro Padre Dios.
Eso quiero y
trato. Mi vida, Señor, Tú lo sabes, se puede resumir en el esfuerzo de
parecerme a Ti. Claro está que no lo logro, y mis pecados me alejan de Ti. Por
eso, Señor, te pido que conviertas mi endurecido corazón en un corazón suave y
humilde.
Y eso debe
ayudarnos a no vivir tan apegado a los cumplimientos y normas, aunque conviene,
y mucho, cumplirlas, sino a estar más centrados en que nuestro corazón sea un
corazón de hijo respecto a nuestro Padre Dios. La parábola del hijo pródigo nos
puede alumbrar mucho en este sentido. No nos dejemos seducir por las cosas de
este mundo y, en consecuencia, dejar la Casa de nuestro Padre. Ya estamos en
ella, no la abandonemos, porque en ella está nuestra eterna felicidad.
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