Nuestro camino es un camino de cruz. Y esa cruz lleva el peso de la misericordia. Una misericordia que sangra nuestro corazón ante las ofensas de los enemigos a los que tienes que perdonar. Y eso significa que tienes que limpiar tu cruz del falso alivio de la venganza.
Y, ¡Claro!, no es nada fácil. En nuestra razón no cabe ese razonamiento de misericordia y perdón. Sobre ponernos a eso necesita una ayuda superior a nuestras fuerzas. Es decir, sin el auxilio y la acción del Espíritu Santo no podremos llegar a perdonar a nuestros enemigos.
Por tanto, la cosa está muy clara. Hay que arrodillarse, abajarse humildemente y suplicarle al Señor esa Gracia para que nuestro corazón soberbio, arrogante y vengativo se transforme en un corazón humilde, suave y bondadoso. Amén.
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