Poco a poco te vas dando cuenta de que tienes talentos y puedes hacer muchas cosas que servirán para beneficiar a otros. La tentación, que se esconde en ti, te dice que los guardes para ti y no los compartas con nadie. Ese es el peligro que nos acecha: egoísmos y ambición.
Señor, sin tu
presencia me pierdo, me desoriento, el mundo y sus seducciones pueden con mi
voluntad y mi quedo hundido en la perdición y el vacío. Nada puedo si Tú no
caminas a mi lado. Me reconozco débil y fácil de seducir por el mundo, demonio
y carne. Por eso, Señor, consciente de mis debilidades y pecados te suplico que
endereces mis pasos.
Reconocer que esos
talentos – minas – no son tuyos, sino que los has recibido de lo alto, te
ayudará a reconocer que tienes el compromiso y deber, de negociarlos para el
bien de los más desfavorecidos y que han recibido menos que tú. Dejarlos morir,
olvidados, enterrados o, por comodidad, no utilizarlos para el bien, será un
grave error y tu perdición.