El refrán nos recuerda que en
casa no hay profeta, porque no se le escucha ni se le valora. Lo que se tiene,
se esconde y no se le da valor. Sin embargo, estrellas opacas que llegan de
afuera son recibidas a la luz del sol y se les da toda la luz que necesitan
para que brillen.
Al parecer, todo lo que no es
del lugar es bien valorado y se le presta atención. Para lo propio y del lugar,
ocurre que encuentran más dificultades y menos comprensión. Al parecer, siempre
ha ocurrido así, y con Jesús ocurrió de la misma forma.
Posiblemente sea algo natural a nuestra propia esencia
pecadora. El pecado nos ciega y nos enfrenta con los de nuestra propia casa.
Necesitamos la Gracia del Espíritu para poder vencer ese odio y sed de venganza
con nuestros propios hermanos y poder reconocer sus méritos.
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