Un creyente y discípulo de
Jesús de Nazaret debe tener siempre buena intención. Y eso conlleva el esfuerzo
de decir siempre la verdad y de vivir en ella. Significa que no debe tener
segundas intenciones ni maledicencias que denigren y perjudiquen a otros.
Por eso, su actitud debe
estar siempre en consonancia con su corazón. Y su corazón debe ser limpio como
el de los niños. Con buenas intenciones, con la inocencia de saberse protegido
y auxiliado por el Espíritu Santo y con la esperanza de que la verdad siempre salga
a relucir.
Sin desesperar, porque no sólo se trata de este mundo,
hay otro que sigue, y ese es el verdadero. Y lo que no se sepa aquí emergerá en
el otro. El creyente debe confiar y saber que el Padre todo lo ve y todo lo
guarda para el momento oportuno.
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