Jesús, cada vez que se les apareció, trató de demostrarle
que era Él, aquel a quien ellos conocían. Les enseñó sus manos y pies y comió
con ellos. Su intención era demostrarle que no era un fantasma, sino el Jesús
que había pasado con ellos tres años.
Y les abrió la
inteligencia para que entendieran lo que les decía. Les explicó que todo lo que
le había sucedido estaba escrito en las Escrituras. Todo se había cumplido en
Él y lo último era su Resurrección. Era necesario e indispensable que se dieran cuenta de su Resurrección,
porque eran sus testigos y los encargados de transmitirlos al mundo. También
nosotros hoy tenemos esa responsabilidad.
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