Hay una relación espiritual
que es más fuerte que la carnal. Una relación que nos une fuertemente hasta en
la distancia y que rompe todo tipo de barreras y muros que nos separan. Por el
bautismo todos pasamos a ser hijos de Dios y a pertenecer a la Iglesia. En
ellas nos sentimos unidos.
Por el hecho de bautizarnos
nos sentimos hermanos con un mismo Padre común y formando una gran familia
universal, la Iglesia. Y quedamos investidos como sacerdotes, profetas y reyes.
Eso nos compromete y nos ayuda a ser fieles a nuestro compromiso bautismal y a
quedar unidos espiritualmente en la exigencia de amarnos.
Pues bien, en la medida que nos esforzamos en cumplir
la Voluntad de Dios, compromiso de nuestro bautismo, estamos proclamando
nuestra filiación como hijos de Dios y hermanos de Jesús, el Señor, el Hijo de
Dios Vivo, que ha venido a revelarnos el amor del Padre y a hacernos, con Él,
coherederos de su Gloria.
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