Cuando enfermamos acudimos al
médico. Y deseamos que nos curen. Estamos dispuestos a dar lo que sea por
encontrar la salud. En esos momentos es lo más importante de nuestra vida. Sin
embargo, una vez curados, nos olvidamos, e incluso volvemos a tropezar con la
misma piedra.
La gente buscaba a Jesús por
el interés material de la salud. Le llevaban los enfermos, endemoniados y de todas clases. Supongo que lo que decía y
proclamaba no les interesaba mucho. Hasta tal punto que se sorprendieron cuando
Jesús perdonó los pecados aquel paralítico.
Fue
obligado a, no sólo perdonar los pecados, sino a demostrarle que también podía
curarle la parálisis, para demostrarle su Poder y su Misericordia.
Pidamos la sanación física y espiritual. Pero tomemos en cuenta que si llegamos a Cristo con el corazón lo demás llega por añadidura. Al igual que la misericordia, no es suficiente ver, aceptar y acoger, como dice Fray Nelson Medina hoy, es necesario también iluminar, acompañar, orar y transformar. Pidamos entonces que la obra de sanación sea completa, para nosotros mismos y para los demás por los que intercedemos.
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