Nadie hay profeta en su
tierra. Una sentencia que, no sólo es verdad, sino que la hemos vivido en
nuestras propias carnes. Porque donde menos somos escuchados y valorados es en
nuestra propia casa. Es una historia que se repite a menudo en muchas lugares.
A Jesús le ocurrió eso.
Conocido por sus paisanos, no entendían que se declarara el Mesías enviado,
pues se decían: pero, ¿ no es este el hijo de José y María? ¿De dónde le viene
esa sabiduría y autoridad? En sus planes y cabeza no entraba esa revelación.
Y, aún hoy, persiste. Muchos no creen que Jesús sea el
Mesías, e intentan destruirlo con sus lenguas, con sus persecuciones, con sus rechazos
y con todo lo que se les ponga a su alcance. Están ciegos y no ven las
maravillas que hace el Señor.
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