La experiencia nos descubre que muchos ricos no son felices.
Y los que lo son, no lo son, precisamente, por sus riquezas. La felicidad es un
estado de paz que nos inunda de gozo, a pesar de tener nada más que lo
necesario y suficiente para vivir dignamente.
Experimentamos que dar y estar disponible para el prójimo
nos llena de gozo y serena paz. Descubrimos, entonces, que la felicidad no está
en ser más fuerte, ni tampoco poseer riquezas, sino un corazón generoso y
misericordioso.
Es, sencillamente,
parecernos con nuestro Creador, nuestro Padre, que nos ha creado semejantes a
Él. Y cuando eso se produce en nuestras vidas, experimentamos el gozo y la paz
de respirar en la Gracia del Señor.
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