La vida es hermosa y llena de vitalidad y alegría. Más
cuando Jesús ha venido para decirnos que tenemos un Padre bueno y que nos ama
con locura. No podemos estar tristes, ni por eso ayunar o mortificarnos. Dios,
nuestro Padre, quiere lo mejor para nosotros.
Sin embargo, ocurre que el hombre vende su corazón al mal y
rechaza la bondad de Dios. Se deja apoderar por el egoísmo y la ambición, y
estropea la vida haciéndola injusta y penosa para muchos otros hombres.
Es entonces cuando,
al compartirla con ellos, necesitamos ayunar de muchas cosas: de partir el pan
con ellos; de llorar con ellos; de hacer justicia y defenderlos; de cobijarlos,
curarlos, visitarlos, vestirlos…etc.
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