
El hombre y la mujer nacen con deseos de supervivencia. Ignoran su origen y también su finitud, pero se experimentan llamados a la eternidad. En su desarrollo y crecimiento buscan esa luz que les dé razón de su origen y existencia, pero muchos se equivocan de camino.
Quizás, porque, tocados por
el pecado, buscan lo Infinito en la finitud y el resultado es siempre negativo.
Cansados de la búsqueda se entregan al mundo, que les seduce con, al menos,
pasarlo bien mientras caminan hacia su propia muerte.
La sorpresa es que la respuesta está dentro de
nosotros mismos. El Buen Pastor ha dejado sus huellas dactilares dentro del
corazón de cada una de sus ovejas. Las llama y las conoce y ellas le siguen al
sentir su Voz. Esa es la cuestión y el secreto, abrir nuestros oídos y nuestros
ojos para escuchar la Llamada y la Voz del Señor.
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