Viendo
la trayectoria de la vida de Jesús y todo lo que le acontece, ¿no es para
pensar que es realmente el enviado, el Mesías y el Hijo de Dios Verdadero?
Porque todo lo que va sucediéndole se encuentra previamente profetizado.
Incluso, hasta el viejo Simeón, iluminado por el Espíritu, descubre su
identidad (Lc 2, 34-35).
Llama mucho la atención que
la vida de una persona se vaya profetizando, como si se tuviese pensada y
destinada para una misión. Es el caso de Jesús, el Hijo de Dios, y esa simple
observación nos va descubriendo que verdaderamente es el Hijo de Dios.
Y el remate lo pone cuando,
también en el Evangelio de hoy nos dice: «Si uno
quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y
tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les
dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que
me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado». Porque esa es la solución que el
mundo necesita.
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