La ley es necesaria y
complementa, pero no suficiente. Hay que ir más allá y contemplar el bien o el
mal que conviene al hombre. Y, aunque la letra no pueda llegar a descubrir la
buena o mala intención, el espíritu si puede contemplar desde la misericordia y
el amor las últimas intenciones que persigue cualquier acto del hombre.
Y es esa buena o mala intención
referida a la búsqueda de la verdad, la justicia y el bien es lo que debe
determinar la aplicación justa de la condena. Porque, con frecuencia tratamos
de esconder y justificar nuestras segundas y egoístas intenciones aparentando
lo que realmente no es y desdibujándolas con apariencias y espejismos.
Todo se concreta en desviar la verdad y aparentarla
con la mentira. Está en juego la fidelidad, y eso nos compromete y va contra
nuestras apetencias e intereses. Queremos deleitar nuestra vista y dar rienda
suelta a nuestros deseos lujuriosos y sensuales, y falseamos la verdad. Al
final quedamos retratados, porque la verdad sale a relucir.
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