Pararnos un poco y pensar
todo lo que tenemos: la vida, la alegría de ser perdonados y la promesa de ir
al cielo para siempre es algo que nos debe hacer pensar y llenarnos de gozo y
felicidad. Estamos llamados a vivir eternamente en plenitud de gozo, y eso no
es cosa prometida sino dada ya gratuitamente.
Claro que, es de sentido
común, algo debemos colaborar. Simplemente abrir nuestro corazón y dejarnos
invadir por la acción del Espíritu Santo y llenarnos de su Gracia para que obre
en nosotros el milagro de transformar nuestro corazón endurecido en un corazón suave
y generoso. Un corazón agradecido y fiel a su Amor.
Por eso, el Señor nos envía, desde ese corresponder a
su Gracia a dar también lo que de Él hemos recibido gratuitamente y sin
condiciones. Darlos a todos los que se abren a recibirlo dejando la paz en
ellos y ofreciéndolo como propuesta de verdadero amor.
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