De repente, todos hemos
experimentado un apagón de luz. Bien sea en casa o en la ciudad. Y todo se
queda paralizado. Nada puede seguir su ritmo habitual. Es necesario recargar la
energía para que, con la luz, todo vuelva a caminar. Entonces, experimentamos
la necesidad de la luz.
Pero, también observamos que
la luz que compramos o conseguimos en este mundo no es suficiente. Hay momentos
y situaciones en nuestras vidas que no bastan con la luz que nos da el mundo.
Necesitamos otra clase de energía para poder ver y discernir qué camino y
orientación tomar. Y esa luz no se consigue con dinero ni con poder.
Es la luz de la Gracia, que sólo se consigue con
humidad, sencillez y abriendo nuestros corazones a la acción del Espíritu
Santo, que nos alumbra y nos dirige por los caminos oscuros de la vida. Para
ello, se hace necesario tener la alcuza de nuestro corazón lleno de la Gracia
de Dios y estar preparado para, cuando la luz de este mundo se apague,
encontrarnos con Aquel que pueda encenderla y darle Vida Eterna.
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