No podemos dar frutos si
nuestra palabra es diferente a nuestra vida. Se trata de coordinar palabra y
vida y de que ambas vayan unidas y en íntima relación. Es entonces cuando los
frutos tendrán abono y tierra de cultivo y habrá cosecha. De otra manera no se
podrán dar.
No podemos separar nuestra
palabra de nuestra vida, porque entonces no hablamos en verdad sino en
apariencias. Y esa es la máscara de los hipócritas que dicen pero no hacen.
Mejor callar que decir y no hacer, porque si decimos y no hacemos podemos
levantar murallas para que otros no lleguen al Señor.
Por todo ello, es bueno ser prudente y tratar de
proclamar aquellos que estamos dispuestos a vivir, y pedir para que, poco a
poco, nuestra palabra vaya ajustándose a nuestra vida. De tal modo que todo lo
que seamos capaces de decir también seamos capaces de vivirlo.
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