La autoridad que desprendía
Jesús estaba sustentada en su Palabra y sus obras. La una se correspondía con
la otra y lo que decía con tanta seguridad, firmeza, sencillez y humildad, sin
ansias de lucimiento, tocaba el corazón de todos aquellos que la escuchaban.
Decimos muchas palabras cada
día, pero muchas las decimos sin sentirlas, como fórmula rutinaria y
acostumbrada. No sale nuestras palabras del corazón, y cuando lo hacen se nota
y llegan al corazón del otro. De eso todos tenemos vivencias y recuerdos.
Solemos decir: ¡has hablado con emoción y hemos notado
que tus palabras salían del corazón! Y lo decimos hasta con cierta emoción
nosotros también. Es la prueba que cuando lo que decimos sale de dentro en
verdad y compromiso, la palabra llega al otro. ¿Realmente hablamos y actuamos
así en nuestra vida?
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