La compasión es la que salva
al mundo. Porque, el hombre compasivo se preocupa por su prójimo y se interesa
por su bienestar. Aquel centurión sentía compasión y preocupación por su siervo
y quería ayudarle. Ello le llevó a preguntar por Jesús y suplicarle, aunque no
era digno de que entrara en su casa, que sanara a su siervo.
El mundo sería mejor si todos
tuviésemos compasión del otro. Sobre todo del que sufre y lo pasa mal por
carecer de los medios necesarios para aliviarse. Ese es el mayor milagro y
triunfo de la Cruz, el hacernos experimentar en nuestro propio dolor el dolor
de los demás despertando nuestra compasión y solidaridad.
Hagamos como el centurión, preocuparnos por construir
un mundo mejor a partir de nuestra propia solidaridad, nuestra compasión y
preocupación por todos los que sufren y necesitan de nosotros. Pero, sobre
todo, suplicando y junto a Jesús, que con su poder cura y sana todos nuestros
males transformando nuestro corazón endurecido en un corazón tierno, compasivo
y generoso.
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