También cada uno de nosotros
tenemos una madre en la tierra, pero tarde o temprano tiene que dejarnos.
María, la Madre de Dios, fue subida al Cielo y desde ahí nos acompaña en
nuestro peregrinar por este mundo hasta llegar a la Casa del Padre. Quizás, por
eso, Jesús nos la dio a través de Juan como Madre.
No perdamos esa oportunidad
de invitar a María a que more en nuestro corazón, porque desde allí nos dará
ánimo y fortaleza. Ellas fue clave en la iniciación de la Iglesia y bajo su
cobijo, su paciencia, su fe y su obediencia los apóstoles perseveraron y
permanecieron unidos.
Damos gracias al Señor por darnos a su propia Madre
como Madre nuestra también y en ella tratamos de permanecer unidos y animados
siguiendo los pasos que ella nos señala para llegar a su Hijo. Ella recorrió
ese camino con sencillez, obediencia, mucha fe y esperanza. Y, a pesar de
padecer y sufrir creyó en la Palabra de Dios.
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