Muchos al ver las exigencias
y radicalidad de Juan y el ascetismo de su propia vida le rechazaban alegando
su sobriedad y su vida de asceta. Pero, al contrario de Juan, reprochan a Jesús
su natural disfrute de la vida tachándole de comilón. La cuestión es el
rechazo.
Y rechazamos por antonomasia
todo aquello que no se ajusta a nuestros intereses y que nos resulta incómodo.
No reconocemos al profeta y seguimos esperando al que nosotros deseamos. A todo
ponemos faltas y justificaciones que corresponden más a nuestras apetencias que
a la realidad.
Nos planteamos a quien seguir, y ese seguimiento pasa
por el filtro de nuestros intereses y nuestros gustos. Buscamos un profeta que
no nos incomode ni nos exija cambios ni salir de nuestras comodidades y
planteamientos en los que estamos instalados. Así que ponemos en duda sus
identidades.
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