Los tiempos van cambiando y,
afortunadamente, el hombre va perfeccionándose. Hoy, la autoridad se entiende
de otra manera. No se gana con poder ni con la fuerza. La autoridad se gana con
la verdad y con las obras que, emanadas de la justicia, generan bienestar,
salud y felicidad.
Los hombres admiran y
reconocen a aquella persona que actúa de forma justa y con verdad, y que
procura el bien y defiende siempre la verdad. Y, aún, es misericordioso con los
más débiles, excluidos y marginados.
Esa forma de actuar desprende admiración y, acompañada
de curaciones y buenas obras, dan la autoridad que, en Jesús, sorprendía y
asombraba. Todos quedaban admirados de la forma que enseñaba y de lo que hacía.
Y, sobre todo, cómo lo hacía.
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