Muchos se justifican y
piensan que no hay otro mundo. Se dicen que el que hay es este que vemos y
sentimos. Sin embargo, hay muchas razones para pensar que eso no está claro.
Dentro de nosotros, en lo más profundo de nuestros corazones hay una aspiración
real de vivir eternamente.
Quizás sea esa la repuesta
que no queremos escuchar, porque deseamos satisfacciones ahora, en este momento
y no entendemos que eso se alcance privándonos de ellas. Nos parece que
olvidándonos de nosotros para darnos a los demás no es el camino.
Sin embargo, Jesús, nos dice lo
contrario. Considera bienaventurados a aquellos que son capaces de llorar,
sufrir y compartir con todos los que padecen hambre, injusticias, lloran y
sufren. Aquellos que son capaces de darse y dar compartiendo con los que no
tienen, carecen y sufren. Es esa la felicidad que cuesta, pero la que dura.
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