El hombre es débil y sucumbe
a las tentaciones. Necesita prepararse y fortalecerse para luchar contra ellas.
Es fácil, casi sin darse cuenta, tener nuevos ídolos que desplacen a Dios. El
dinero, el poder, la gloria, la fama…etc. Son tentaciones que sustituyen a Dios
alejándolo de nosotros.
La Cuaresma es un tiempo que
nos advierte de este peligro y nos propone un plan de discernimiento, de
silencio y retiro para prepararnos y no caer en estas tentaciones que merodean
en nuestra vida. Se hace necesario nuestro esfuerzo y nuestra voluntad.
Por eso, la oración, el ayuno
y la limosna nos pueden servir para ayudarnos a despojarnos de muchas cosas a
las que nos sentimos atados y sometidos. Porque, no se trata sólo de privarnos
de comer o de dar dinero, sino también de dar de nuestro tiempo y de nuestros
talentos compartiéndolos con los más necesitados.
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