Cuando
amas sin segundas intenciones ni buscando halagos y recompensas, sorprendes a
quien recibe tu amor y a quienes lo contemplan. No se entiende, incluso hasta
dentro de los vínculos familiares, que se den las cosas sin condiciones y de
forma gratuita.
Señor,
sabes más de mí que yo mismo. Por eso, tu llamada me halaga y me descubre tu
confianza en mí. A pesar de mi miseria y pobreza, Tú, Señor, confías en mí y me
das tu confianza. Y yo, Señor, quiero responderte. Ayúdame a hacerlo. Amén.
Al final de tu vida, que sabes que llegará, lo que queda e importa es el amor que, a lo largo de ella, has dado. Un amor desinteresado, alejado de toda especulación, gratuito y justo. Es esa actitud la que adornará tu vida con honor y señorío.
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