No es cuestión de
privilegios ni pertenencia, es cuestión de fe y de obras. Simplemente, es
cuestión de hacer el bien, consciente de la presencia de nuestro Padre Dios. Tomar
conciencia de actuar en su nombre y sabiendo que es Él quien actúa en nosotros.
Por mucho que
tenga, que posea, que me deleite y me satisfaga, nada llenará mi alma de paz y
felicidad. Porque, sólo Tú, mi Señor, eres la paz y el gozo infinito de
felicidad que todos, muchos sin saberlo, buscan en este mundo caduco y finito.
Y, por eso, mi alma te busca incesantemente.
No busquemos
pertenencias ni acreditaciones. Todos somos hijos y lo fundamental es eso,
considerarnos hijos y vivir en su Palabra estemos donde estemos. Ya sea dentro
o afuera. No nos salvan las palabras, ni siquiera nuestras obras ni pertenencia
a la Iglesia. Nos salva la medida de nuestro amor consciente de que nos viene
de Dios, quien nos ama misericordiosamente primero.
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