No es cuestión de
creerse más que el otro, es cuestión de reconocerte pequeño, necesitado y saber
que tienes, quién eres y que necesitas. Y en esa medida, ¿qué puedes dar y recibir?
Porque, todo lo recibido te viene de tu Padre Dios que está en el Cielo.
Nada puedo,
Espíritu Santo, mientras no te deje abierto y disponible mi corazón para que Tú
entres a liberarme de mis miedos, pensamientos de mis pecados pasados,
tensiones, egoísmos y todo aquello que perturba mi camino hacia la Casa del
Padre. ¡Ven, Espíritu Santo a sanarme y liberarme!
Y cuando reconoces
a Dios estás reconociéndote su criatura, pequeño y necesitado de su Amor
Misericordioso. De alguna manera estás viéndote como ese niño que fuiste, y que
sigues siendo. Siempre necesitado del Amor de tu Padre Dios para poder amar y
ser amado como el te ama. Eso te dará la fortaleza, la sabiduría y la paz para
poder amar con verdaderos ojos de amor, siendo paciente, humilde, comprensivo,
misericordioso, suave y bueno.
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