Posiblemente
nuestras intenciones están, aunque no queramos, puestas en este mundo. Nuestra
naturaleza está contagiada fuertemente por la atracción a los placeres de este mundo.
El pecado nos somete, y sólo injertado en el Espíritu Santo podemos liberarnos.
Hay momentos,
Señor, que me estremezco al caer en la cuenta de tu Amor Misericordioso, que no
merezco ni puedo pagarte. Gracias, Señor, por darme cuenta de que por ese
Infinito Amor Misericordioso, que nunca entenderé, tengo la oportunidad de
encontrarte y de ser feliz eternamente. Ayúdame a no perderte y a no dejar de
buscarte.
Y solo liberados podemos enfrentarnos a nosotros mismos, despojarnos del hombre viejo que llevamos a cuesta y revestirnos, por la Gracia de Dios, de ese hombre nuevo, nacido del Espíritu de Dios, en nuestro bautismo, para. libres, optar a ese Reino del que nuestro Señor Jesús nos habla. Un Reino de Paz, Justicia y Amor que llegará tras haber pasado por éste.
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