Suponer y pensar
cómo será nuestra vida al lado de nuestro Padre Dios, es suponer algo para lo
que no tenemos capacidad de imaginar, y menos suponer. No sabemos lo que Dios tiene
preparados a los que le siguen, creen en Él y tratan de hacer su Voluntad.
Si de una cosa
estoy seguro es de que quiero seguirte, Señor. Mi vida ahora no tiene otra
meta. Sin embargo, sé de mis debilidades, de mi humanidad pecadora, de mi
facilidad a ser seducido por las apetencias de este mundo y me revelo contra
todo eso. Pero, Señor, sin Ti estoy perdido. Dame la fortaleza de soportar y
vencerme a mí mismo.
Eso sí, sabemos
que, sea lo que sea, pues nuestro Padre Dios nos quiere con Infinito Amor
Misericordioso, será inimaginable y lo mejor para cada uno de sus hijos, hasta
tal punto que seremos infinitamente felices eternamente. Porque, de Él no puede
venir nada malo, sino todo lo contrario: lo más grande y bueno que nos hará
sentirnos eternamente gozosos y felices en plenitud.
No es el
sufrimiento meta para desearlo, pero si, en muchos momentos de nuestra vida
puede ser la clave para que crezcamos, maduremos y, sobre todo, descubramos la
necesidad de amar. De cualquier manera no podemos librarnos de él, pues es la
consecuencia de nuestros propios pecados.
La Cruz, donde Jesús abrazó su Vida, es el signo del Amor Infinito. Allí Jesús nos redime de nuestros pecados abrazando y obedeciendo la Voluntad del Padre, por Amor a todos los hombres. Solo descubriremos el amor y aprenderemos a amar en nuestra propia experiencia del dolor. Amar significa sufrir. Quien ama sufre, y quien sufre descubre precisamente lo que significa amar.
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