Cuando una buena noticia
entra en tu corazón, inmediatamente le das voz y la transmite. Lo bueno no se
puede quedar encerrado en uno mismo, sientes la necesidad de compartirlo. Una
vez hayas encontrado al Señor, experimentarás la necesidad de anunciarlo.
Hay momentos, Señor, que
todo se hace oscuridad, las dudas se apoderan de nuestro entendimiento y todo
invita al regreso. Así lo experimentaron aquellos discípulos camino de Emaús, y
así nos sucede también a nosotros. Danos fortaleza, Señor, e ilumina nuestro
camino.
El efecto contrario será no compartir esa gran noticia de la Resurrección de Jesús. Y no lo hacen quienes, no sólo no experimentan esa Resurrección que Jesús anuncia con sus apariciones a los apóstoles, sino que no creen en ella. Tienen los ojos vendados y sus corazones sometidos a las cosas de este mundo y, en consecuencia, nos experimentan esa Resurrección de Jesús.
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