El Hijo ha venido
a hacer la Voluntad del Padre. Y lo que ve hacer al Padre, lo hace el Hijo. De
tal manera, que Uno y Otro, son el mismo Dios en dos Personas, y se identifican
hasta estar íntimamente unidos. Ese fue el motivo por el que querían matarle.
También yo soy
cómplice de tu condena, Señor. Cada vez que te he dado la espalda, que te he
mirado con indiferencia, que he permanecido en silencio volviendo mi mirada
para otro lado, he apoyado tu condena. Perdóname, Señor, quiero enmendarme y
seguir tus pasos.
A nosotros nos
puede suceder algo parecido. Creemos en Dios, pero no creemos en Jesús, el
Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Y la Palabra del Hijo nos es
indiferente, como también los Sacramentos instituidos por Él y la continuadora
de su Palabra, la Iglesia. Y, posiblemente, menos creemos en la Resurrección.
Recemos los que creemos por aquellos que no creen.
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