Sólo tienes una opción, la fe. Y no es cosa que se
puede comprar, ni siquiera tener. Es don de Dios, y hay que pedirla. Pedirla
confiando en la bondad y misericordia del Señor, con paciencia, con humildad
y perseverancia.
Cada día que, en la presencia del Señor, te
esfuerzas en vivir el amor y la misericordia en favor de los más pobres y
desfavorecidos, estás resucitando a esa vida nueva a la que estamos llamados.
Una vida de gozo y plenitud eterna.
Todo es Gracia de Dios, y la fe llegará cuando
disponga el Señor. De todos modos, a nosotros nos toca creer, fiarnos del
Señor, y dejar que Él actúe en nosotros despojándonos de todo aquello que se
interpone entre nosotros y Él: egoísmo, soberbia, envidia, suficiencia …
aceptando nuestra condición humildemente.
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