Ese es el reto de nuestra vida, amar como
Cristo nos amó. Y, lo primero será reconocernos pequeños, limitados y pecadores
e incapaces de cumplir esa misión. Necesitamos del Señor, de su contacto
diario, para poder convertir nuestro endurecido corazón.
Quiero, Señor, ser discípulo tuyo como lo fue
tu Madre, María, Madre mía también por tu regalo desde la cruz. Y quiero, como
ella, ser humilde, obediente y perseverante, confiado en tu Palabra y
esperanzado en tu Resurrección. ¡Intercede por todos nosotros, Madre!
En un corazón suave, tierno, humilde, comprensivo, paciente y misericordioso. Necesitamos amar, incluso a los enemigos, y ser consciente de que eso no lo podremos conseguir sin permanecer en el Señor. De Él recibiremos la Gracia, la fortaleza, la sabiduría y paz para despojarnos de nuestros egoísmos y darnos a los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu pensamiento es una búsqueda más, y puede ayudarnos a encontrarnos y a encontrar nuestro verdadero camino.