Todos queremos resucitar.
Eso es algo consustancial con la persona, y, por supuesto, resucitar para ser
feliz eternamente. Luego, la pregunta que me hago es: ¿Por qué no pedimos,
buscamos y llamamos, según nos dice, el Señor, que nos promete esa vida
deseada?
Señor, hay momentos en que el
miedo me supera, la inseguridad me amenaza, y, debilitada mi fe, pierdo la
confianza en Ti, mi Señor. No permitas que el miedo y mis problemas me separen
de Ti, Señor. Tú eres mi Dios, y contigo quiero recorrer los días de mi vida en
este mundo, siéndote siempre fiel. Amén.
Ahora, esa fe nos exige fidelidad, compromiso y responsabilidad. Y eso nos cuesta más, porque, detrás de esa fidelidad, compromiso y responsabilidad, se esconden problemas, dificultades, servicio, molestias, caridad, perdón… En una palabra, Amor. Y, muchos optamos por el camino ancho y lapso antes que por el estrecho y angosto. El primero nos lleva a la perdición; el segundo a la felicidad eterna.
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