El hombre gusta de la fama,
del prestigio y de ser centro de aplausos y bien considerado. Sin embargo,
esconde sus bajos intereses, sus egoísmos y sus debilidades, que práctica en provecho
de su propio bien, cuidándose de aparentar todo lo contrario.
La hipocresía está presente
en el corazón del hombre. Y en la medida que no la reconozca y persista en su
empeño, se alejará cada vez más del camino de la verdad, que lo hace auténtico
y cabal.
Al final, su ambición le perderá, pues aun ganando el
éxito en esta vida de nada le valdrá ya que perderá la verdadera, a la que
estamos llamados para vivir plenamente en gozo y eternidad.
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