Cuantos dueños de una
propiedad la ponen en manos de unos arrendatarios que luego se rebelan contra
él no queriéndole dar los beneficios y frutos que le pertenecen. ¿No ocurre eso
hoy también? Jesús lo cuenta a los sumos sacerdotes, fariseos y ancianos de su
tiempo porque es lo que le está sucediendo a Él.
Porque eso es lo que ha
pasado con nuestro Padre Dios. Nos ha entregado este hermoso regalo del mundo,
y lo administramos según nuestro antojo y capricho. Y muchos se quieren
apoderar de él expulsando a otros. Así nacen enfrentamientos, explotaciones,
esclavitudes, guerras y muertes.
Y ha enviado a varios mensajeros y profetas, y, por
último a su Hijo, Jesús, para poner orden y señalarnos lo que estamos haciendo
mal, y, no sólo les rechazamos sino que terminamos por matarlos. Al Hijo
también. Tan claro estaba todo que habían comprendido que lo decía por ellos.
Pero eso no fue óbice para desistir de sus malas intenciones. ¿No nos puede
estar pasando a nosotros lo mismo?
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