Todos sabemos que llegará un día que esta forma de vivir
tendrá un final, o cambiará su estado físico. Lo que experimentamos en nuestro
interior es que ese cambio se transforma en una nueva vida que no tiene final.
Al menos es eso lo que esperamos que suceda. Es decir, una vida eterna. Y no
sólo porque lo sintamos, sino porque nos ha sido prometido.
Y no por uno cualquiera, sino por Aquel que tiene autoridad
para prometerlo. Porque Él siendo crucificado en una muerte de cruz, ha
Resucitado, y nos ha prometido también a nosotros resucitar con y en Él. Esa es
su Palabra, pero también su testimonio.
Y son muchos los que han sido testigos de su Resurrección.
Porque a la mañana del tercer día han escuchado la noticia de que el sepulcro
estaba vacío. Y luego, que durante cincuenta días hasta su Ascensión a los
Cielos se ha aparecido a aquellos que creen en Él.
Hoy, después de 1873
años aproximadamente, la Iglesia continúa su Mensaje de Vida Eterna apoyado en los
testimonios de sus apóstoles y discípulos, testigos directos de su Resurrección
al compartir con Él muchos momentos ya resucitado. Y, confiados en su Palabra y
Promesa, y sintiéndolo desde lo más profundo de nuestro corazón, esperamos su
segunda venida para Resucitar en y con Él.
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