Es algo que nos resulta difícil
de entender y de superar. La violencia y el mal nos violentan y nos impulsan a
responder con las mismas armas. Pero, por experiencia, sabemos que eso no
arregla nada y que añadirá más violencia a la vida y al ambiente. Por lo tanto,
lo más lógico es tener serenidad y actuar con cabeza haciendo el bien.
No podemos enfrentarnos a esa
lucha, solos, sino de la Mano del Espíritu Santo. La violencia nos puede y
despierta nuestra soberbia e instinto y nos inclina a violentarnos nosotros
también. Es la normal reacción humana. Necesitamos la Gracia de Dios para
suavizar nuestro corazón y llenarnos de paciencia.
Pero, sobre todo, para amar. Necesitamos amar porque
es en el amor donde encontramos el perdón y la felicidad, y la violencia
estropea todo. Por eso, cultivemos en la presencia de Dios un corazón generoso,
caritativo y dado a compartir y a darnos en paz y verdad a los demás.
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