La verdad consiste en hacer el bien. Y el bien exige hacer
las cosas justas dándole a cada cual lo suyo. Esa fue la pregunta con segundas
intenciones que traían los fariseos y herodianos para enfrentar a Jesús con el
poder romano. La efigie que contenía aquella moneda declaraba que era el dueño
y que a él se le debía de dar. ¿Cómo evitar negarse?
Ahí estaba la trampa, si optas por no querer pagar el
impuesto a los invasores, te enfrentas a ellos, pero si te avienes a pagarles
pones en tu contra al pueblo invadido. ¿Qué camino tomar? La autoridad y
sabiduría de Jesús tuvo una simple y sencilla pregunta, escondida a los sabios
y orgullosos, pero abierta a la comprensión de los pobres y humildes.
También tú y yo
tenemos una efigie grabada en nuestro corazón. Es la impronta del Amor de
nuestro Padre Dios, y a Él debemos dar todo nuestro tiempo y todo nuestro ser y
obrar. Por lo tanto, demos al César lo que es del Cesar, pero pongamos a Dios
en el centro de nuestra vida, porque es el Señor, Camino, Verdad y Vida.
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